Aunque el eclipse será parcialmente visible en todo el territorio nacional,
la zona norte de la región de los Ríos cubrira la totalidad del evento,
por lo que está concentrará todas las miradas.
Una de las principales diferencias con el evento de hace un año en el norte de Chile, es que ocurrirá desde el mediodía.
Nuestra transmisión del evento en vivo se realizará desde la comuna de LANCO.
Canon de los Eclipses
El eclipse del que seremos testigos en el sur de Argentina y Chile y la próxima semana ya había sido predicho en el “Canon de Eclipses”, obra publicada en 1887 por el astrónomo y matemático Theodor von Oppolzer. Allí recopilaba información detallada sobre todos los eclipses solares que habían ocurrido desde 1207 AC y que ocurrirían hasta el año 2161. Von Oppolzer había hecho una monumental obra científica y editorial, recopilando cálculos y haciendo, con paciente virtuosismo, él mismo muchos otros, en tiempos donde no había computadoras electrónicas que pudiesen ayudar en la tarea.
Milenios de fisca, matemáticas y astronomía aseguran que el eclipse se perpetrará pasadas las 13:00 horas del lunes 14 de diciembre. Pocos eventos podemos predecirlos con la precisión de un eclipse. Quizás sea una de las razones por las que provocan tanta fascinación. Además, por supuesto, de su imponente belleza. No es raro, entonces, que encontremos tantas historias en las que hombres y mujeres se transformaron en cazadores de eclipses, buscando y persiguiendo estos fenómenos por todo el mundo. Algunos agregaban a la fascinación estética y emocional otro ingrediente: la curiosidad científica. Allí estas historias adquieren connotaciones épicas. Vale la pena recordar algunas.
Orán, 22 de diciembre de 1870
Era poco antes del mediodía del jueves 22 diciembre de 1870 y Jules Janssen tenía todos los instrumentos dispuestos. El eclipse ya había comenzado, pero las nubes cubrían completamente el cielo de Orán, en Argelia. El astrofísico esperaba que las nubes disiparan antes de comenzar la totalidad. Era solo cosa de suerte. Los eclipses podían ser predichos con mucha anticipación y exactitud. La trayectoria y formación de nubes, era, hasta ese momento, un tirar de dados. Quizás algún día podremos entender la dinámica de las nubes con la precisión de la de los astros, pensaba Janssen, y así saber con años de anticipación si los cielos estarán despejados en cualquier lugar de la tierra.
Tenía su espectrógrafo listo para medir con precisión el contenido cromático proveniente de la atmósfera del sol. Era una luz muy tenue, que solo podía observarse cuando la sombra de luna oscurecía el cielo.
Dos años antes, en un eclipse total que observó desde la India, Janssen había encontrado un componente lumínico inesperado. Pensaba que solo podía deberse a la presencia de un elemento químico nuevo, jamás visto en la tierra. Estaba bastante seguro de su resultado, ya que el Inglés Norman Lockyer también había observado el fenómeno. Ambos, sin embargo, querían asegurarse repitiendo el experimento. Lockyer había preparado una expedición a Sicilia para estudiar el mismo eclipse.
El nerviosismo de Janssen aumentaba en la medida que pasaban los minutos y el cielo se mantenía cubierto. No era solo una cuestión científica. Era adicto a los eclipses. Había visto muchos, y la sensación que le provocaban no tenía rival.
Había salido de un París sitiado por el ejecito prusiano, el 2 de diciembre. A pesar de que Lockyer le había conseguido salvoconductos para cruzar las filas enemigas en una expedición científica, él se negó a aceptarlo. Quizás por patriotismo, quizás porque su expedición también tenía como fin sacar de París documentos militares. Por esto salió en globo, cruzando las filas enemigas kilómetros arriba.
Pero las nubes no eran sensibles a su historia de esfuerzo y coraje. De hecho jamás disiparon y Janssen no pudo ver ese eclipse. Lockyer tampoco. Afortunadamente salió ileso del naufragio del barco en el que se dirigía a Sicilia. Ambos siguieron en la búsqueda de eclipses, y eventualmente el nuevo elemento, que Lockyer llamó Helio (de Sol en griego), fue confirmado y observado también en la tierra.
Es una gran coincidencia que el tamaño aparente de la luna y del sol sean tan similares. La luna está unas cuatrocientas veces más cerca que el Sol de la Tierra, su diámetro es más pequeño en la misma proporción. Así es como la luna esconde totalmente el brillo encandilador del disco solar, revelando la belleza de su atmósfera, con su perlada corona y sus rojas prominencias. Así es como, además, adictos a los eclipses como Lockyer y Janssen pudieron estudiar con detalle su fulgor, cosa que aprovecharon para develar un nuevo componente material del universo.
Connecticut, 24 de enero de 1925
“La vida de un astrónomo de eclipses es como la de un cazador persiguiendo a una gran presa” escribió el astrónomo canadiense Samuel Mitchell. El eclipse de 1925 fue temprano en la mañana, y él estaba junto a su equipo esperando que las nubes se disiparan. Afortunadamente así fue. No tanto por los estudios de la corona solar que realizaba Mitchell, como por una sencilla escena que sucedía no muy lejos de allí, en la que un niño de ocho años observaba el fenómeno deslumbrado. En silencio miraba el cielo sin entender qué era lo que le provocaba tanta fascinación. Pero fue esa fascinación la que lo llevó a enamorarse de la ciencia. Edward Lorenz estudió matemáticas y se especializó en meteorología, aunque fue astrónomo amateur durante toda su vida.
En 1961, Lorenz resolvía las ecuaciones de la atmósfera utilizando un gran computador electrónico. Estaba intentando un modelo que pudiese simular y predecir las condiciones del tiempo. Introducía un conjunto de variables climáticas conocidas en un instante, para que luego el computador resolviera las ecuaciones de las cuales se obtendrían las mismas variables en el futuro. Pero algo muy extraño sucedió cuando intentó repetir uno de sus cálculos. En lugar de repetir exactamente el cálculo, y para ahorrar tiempo, comenzó la simulación con los valores que el computador le había entregado en un instante intermedio. Fue a tomar un café mientras esperaba los 50 minutos que demoraría el proceso. Cuando volvió, comprobó con estupor que los resultados eran absolutamente distintos. ¿Qué había ocurrido? Luego lo supo: los datos no los introdujo con toda la precisión (todos los dígitos después de la coma) que el computador le había entregado. El pensaba que no debía importar; que una diferencia ínfima en los datos iniciales no podía ser relevante. Pero no era así, una minúscula variación en las condiciones iniciales parecía implicar una variación colosal en los resultados. En una famosa conferencia titulada “¿Puede el batir de alas de una mariposa en Brasil provocar un tornado en Texas?” Lorenz inaugura la teoría del caos.
Predecir las condiciones climáticas no era cosa de tiempo, como pensaba Janssen. Había un problema mucho más profundo. Los eclipses podíamos predecirlos con años de anticipación por la naturaleza de las ecuaciones que describen su movimiento. Otras ecuaciones, como las de la atmósfera, no tienen esa propiedad; presentan caos. Son pocos los sistemas que nos permiten aventurar predicciones tan precisas. Pero podemos estar seguros de que en esta misma zona del sur de Chile, el 8 de enero de 2103, habrá un nuevo eclipse total. Ni siquiera podemos predecir si habrá alguien para verlo.
Lanco, 14 de diciembre de 2019
Tal como lo entendió Lorentz, no podemos predecir si las nubes aguarán la fiesta de todos esos cazadores de eclipses que estarán ilusionados esperando que lleguen las 13 horas, 2 minutos y 18 segundos. Si todo funciona bien es seguro que no habrá absolutamente nadie, cien kilómetros a la redonda, que no estará mirando el cielo mortecino. Ese cielo que, sea por la contaminación atmosférica y lumínica, por pasar en interiores, o porque nuestra forma de vida no nos da el tiempo, lo tenemos olvidado. Allí nos solemos perder nubes inusuales, halos solares y lunares, estrellas fugaces y parhelios. Los perdemos, los despreciamos por su impredictibilidad. Pero ahora será distinto porque la puntualidad de la cita es severa. Y porque será extraordinaria. La pequeña luna eclipsando al enorme Sol, la estrella que nos ilumina, que nos da calor y nos suministra de virtualmente toda la energía que consumimos. La Luna haciéndose protagonista del día, enviando al Sol a un segundo plano. Las miradas, estarán puestas en el cielo, en una comunión cósmica de gentes que no podrán contener la intensa embriaguez, el asombro y el terror atávico de un momento que no olvidarán jamás.